lunes, 10 de marzo de 2014

Capítulo 2: La llegada.

6 de Septiembre 2013.
20:00. Recife.
27º

Después de pernoctar en la "suite" presidencial del aeropuerto de Frankfurt, compuesta por unos cuantos asientos en "L", y ver interrumpido nuesto sueño en varias ocasiones, ya sea por alemanes juerguistas o nuevos inquilinos, fuimos directos a facturar el equipaje sobre las 07:30. El vuelo previsto para las 09:30 de nuevo se retrasó, ésta vez debido a algún fallo en la computadora del aparato. Despegamos a las 11:00 rumbo a Brasil, el vuelo duró unas 10 horas y fue monótono salvo por alguna pequeña conversación con vecinos de asiento y el novedoso, para mí que hace tiempo que no vuelo, programita que emitían por las pantallas de a bordo consistente en visualizar el avión por GPS, sabiendo en todo momento dónde nos encontrábamos en el globo terráqueo, así como los datos de altitud, velocidad del aeroplano, tiempo estimado de llegada, etc... La comida que nos sirvieron pues... no era el Akelarre pero tampoco tan mala como me esperaba.
Aterrizamos sobre las 16:00 hora local, las 21:00 en Europa, y venía un escollo importante en nuestro viaje; lograr entrar en Brasil con pasaporte español y sin billete de vuelta. Teníamos todos los requisitos en regla: pasaporte vigente por más de 6 meses, extracto bancario con fondos suficientes para toda la estancia en el país, reservas de alojamiento y billetes de bus de continuación de viaje que probaban nuestra salida de Brasil en menos de 3 meses. Bien, pues en el control de aduanas nada de eso, salvo el pasaporte, hizo falta. NADA. Presentar el documento, una miradita a la cara, otra a la pantalla del ordenador.... sello y pa'dentro. Y horas antes andábamos con los nervios a flor de piel para conseguir los pasajes de bus e imprimir las reservas del hostel... en fin.
Al salir del aeropuerto de Recife cambiamos algo de moneda a un tío que nos inspiró cierta confianza: 150 R$ por 50€. Pillamos la "guagua" hacia el barrio de Boa Viagem donde se encontraba el hostel. Allí, un poco de organización, ducha y al super a comprar cena. En mi incursión en solitario de camino al supermercado pude darme cuenta de que las historias de bandas organizadas de cánidos callejeros son algo más que una leyenda. Después de cenar conocimos a una compañera del hostel, una alemana llamada Magda, que curiosamente vino en nuestro vuelo, y charlamos con ella hasta la hora de dormir.

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