sábado, 6 de febrero de 2016

Capítulo 83: Sus Majestades Los Andes.

18 de Diciembre 2013.
Esquel.

Etapa 28: Los Altares - Esquel. 310 km.

He llegado a Esquel, lo que significa que la Pretinha se ha portado hoy. 
Como cada vez que duermo en tienda, me desperté tempranísimo con los primeros rayos, y tras desayunar espartanamente un mísero tang y unas galletas preparé todo y salí pitando, siempre con la incógnita de cómo reaccionaría la batería después de lo de ayer. 

Atravesé más valles con peñascos al estilo far west, aunque hoy hacía mas fresquito que ayer. Paré en la gasolinera de Paso de los Indios y, tras repostar, compruebo la batería: sigue cargada. Ufff, bien. Continúo la ruta. Dejo atrás el paisaje apache y comienzo a subir más cuestas que las que bajo; se va acercando la cordillera de Los Andes. Tras una larga pendiente hacia arriba, doblo una curva y aparece ante mí una gran llanura, con un lago de sal a lo lejos, y más a lo lejos.... cumbres afiladas cubiertas de nieve. Me embarga la emoción; ¡he llegado a los Andes! Según me acerco a aquellas montañas, éstas me van mostrando su majestuosidad. Verdaderas moles de piedra que sobresalen del suelo desértico como monolitos al principio, para más adelante ya formar sierras, entre las cuales culebrea la carretera. Llego al pueblo de Tecka, donde empalmo con la mítica Ruta 40, que cruza Argentina de norte a sur. Viro dirección norte por unos valles increíbles, aunque todavía impera un clima semiárido pese a encontrar las primeras coníferas típicas de bosque alpino. 

La localidad de Esquel se encuentra en uno de éstos valles, rodeada de montañas de roca desnuda a modo de centinelas. El primer lugar donde paro es en un garito llamado El Bodegón, y es una especie de bar legendario donde el rock y el blues campan a sus anchas. Tras hablar con la gente de allí acerca de mi viaje y el problema con mi moto, me recomiendan ir a la tienda de motos de la esquina, el dueño de la cual llamó a un electricista motero, el cual me llevó a su taller, en el cual me arregló todo el entuerto de cables achicharrados en menos de una hora. Problema resuelto, ahora sólo tengo que buscar alojamiento. Me decido por un hostel con desayuno e internet, cómo no. 

He cambiado los últimos dólares que tenía, he tocado la batería (la de música, dejemos ya la de la moto en paz...) un rato en El Bodegón mientras me tomaba una cerveza y platicaba con dos habituales y acabo de conocer a dos catalanas en el hostel que también viajan a dedo y mañana se dirigen al mismo lugar que yo: El Bolsón. He estado estudiando en Google Maps la ruta para ir allí debo recorrer un camino de ensueño, bordeando lagos y montañas. Que duro es esto....


Orgulloso de mi Pretinha por traerme hasta aquí.
La primera visión de Los Andes fue muy emocionante.
Enferma pero firme.
Vista general de Esquel.
Exhibiendo mis dotes de percusión en El Bodegón de Esquel.


Capítulo 82: El Far West.

17 de Diciembre 2013.
Los Altares.

Etapa 27: Trelew - Los Altares. 293 km.

Por la mañana me encontré con un nuevo contratiempo: se había saltado un punto de la soldadura del rack y tuve que ir de prisa y corriendo en busca de un taller para que lo repusieran. Una vez solucionado, regresé al hostel para empacar todo y despedirme del personal. El camino a seguir no podía ser mas sencillo; la calle del hostel todo recto, hasta empalmar con la Ruta 25 dirección oeste. 

Ya desde el primer momento supe que por fin se acabaron las carreteras aburridas; paisaje árido con colinas, curvas y cuestas. Paré al de 90 km para vaciar el nuevo y flamante bidón de 4 l. en el depósito de gasolina y así aligerar peso, y continué. Pronto empezó el verdadero espectáculo: grandes formaciones rocosas, desfiladeros y carreteras sinuosas siguiendo el cauce del río Chubut se abrieron a mi paso, todo ello en un contexto desértico al más puro estilo Monument Valley. Por momentos parecía que iba a caballo mientras sonaba música de Ennio Morricone... No había indios en las colinas; en su lugar, sobre un escarpado peñasco, se distinguía la silueta de un guanaco, y más adelante un grupo de jóvenes ñandúes escapaba despavorido de la calzada al acercarse el rugido de la Pretinha. 

Llegué medio soñando al pueblecito de Los Altares, en el valle del mismo nombre a orillas del río, donde tenía pensado pernoctar gracias a una información de Maxi, un chaval del hostel del Trelew, sobre un camping municipal gratuito. Todo parecía perfecto hasta que, tras preguntar por el camping en la gasolinera, va la Pretinha y le da por no arrancar. Empujón en 2ª, monto todo en el camping y llevo la moto a pie hasta el puesto de policía para que me carguen la batería. Con la misma ya cargada, voy al mecánico del pueblo a ver si me puede poner el tester y ver si cargaba o era, como ya me temía, otra vez fallo del alternador. Cuando quito la tapa, oh sorpresa, todo el cableado de conexion de la batería con el alternador estaba chamuscado. En principio parecía cortocircuito, pero tras comprobar que la batería no descarga, mi principal teoria es que ha sido culpa del tío que me ha dado los puntos de soldadura en el rack por la mañana y que le ha debido saltar alguna chispa del electrodo al cableado, liándola parda posteriormente mientras ya estaba en ruta. Milagro el que no se me haya abrasado la moto en todo éste trayecto desde Trelew... Saneamos los cables chamuscados y los envolvimos en cinta aislante, sin conectar, ya que no se podían identificar los empalmes correctos. Mañana en Esquel debo ir a un mecánico eléctrico a que me recomponga el desaguisado. Bueno, a ver si llego...



Saliendo de la localidad de Las Plumas.
Sólo falta la diligencia...
Peñasco en el desierto.
Esos pedruscos monolíticos...
Más peñascos evocadores.
Típica panorámica de western de John Ford...
Acampando en Los Altares.


Capítulo 81: Un día magnífico en Trelew.

16 de Diciembre 2013.
Trelew.

Definitivamente, la Argentina más allá de Buenos Aires es diferente. Para mejor. Y lo digo por la gente con la que me encuentro. Ya me avisó ayer el chico de la gasolinera, cuando al ir a pagar el repostaje con la tarjeta de crédito observé que se me quedaba mirando mientras marcaba la clave PIN.

- Ché, tranquilo que acá no somos como los porteños... Marcá el número sin problema.

Me avergoncé un poco de haber sido tan receloso, pero "los porteños" me habían acostumbrado mal...

Cuento ésto porque en Trelew me han ocurrido unas cuantas cosas interesantes. Primeramente, ayer el dueño del hostel insistió en que no dejara la moto en la calle y me permitió meterla en el hostel. Hasta ahí suena normal, pero es que el hostel no tenía ni patio, ni jardín, ni un amplio hall para dejar la moto... ¡así que me dijo que la metiera en la sala-comedor! Nos costó bastante introducirla, ya que con el nuevo rack el gálibo es mayor y no entra de ancho por las puertas normales, pero con un poco de maña lo conseguimos.

Hoy tenía pensado ir a la tienda-taller Yamaha, a que echaran un vistazo al motor, y el diagnóstico del mecánico ha coincidido con las sospechas que Mark tenía: los aros del pistón están desgastados, por lo que pierde compresión y envía algo de aceite al filtro del aire. Como para repararlo hay que esperar al menos una semana por las piezas, he decidido tirar hasta donde me pare por más tiempo. Bariloche es una opción. Ya que estaba allí, fui a la tienda para comprar un bidóncito para llevar gasolina extra, por si las moscas. Estaba esperando mi turno, cuando un hombre de unos 50 años se fijó en la camiseta que llevaba puesta, de la selección de Euskadi.

- Disculpa ché, ¿vos sos vasco?
- Sí, así es...
- Mi nombre es Daniel Esquiroz, soy de acá de Trelew pero mi tatarabuelo se vino de allá, soy descendiente de vascos...

Estuvimos charlando un buen rato, contándome que su hijo precisamente era músico y que en estos momentos se encontraba en Gasteiz, estudiando los instrumentos tradicionales vascos. Se fijó en mi entusiasmo por el tema.

- Y ya veo que estás "paseando", qué lindo viaje ché, mirá que yo también paseo en moto cuando puedo... ¿qué necesitas de acá de la tienda?
- Pues había venido a comprar una garrafilla para llevar combustible, que el depósito de mi moto es pequeño y aquí en la Patagonia nunca se sabe a cuanta distancia está la próxima gasolinera...
- Vaya, pues mirá que yo tengo en mi casa 3... Dale, ven conmigo y te regalo una, ¿sí? 

No podía dar crédito... ¡qué señor tan amable! Salimos del local y le seguí hasta su casa en la moto. Una casa muy bonita, con su porche, garaje, portón de entrada... En el interior me enseña su armería (he empezado a pensar que es algo típico de los anfitriones en Sudamérica, debe representar algo así como que han alcanzado un buen nivel de prosperidad), y lo que él llama "su cuarto de juegos"; donde está su moto, una Honda de 250 parecida a la mía, herramientas de todo tipo y numerosos mapas en las paredes.

- Soy sociólogo, diplomado en la Universidad de Salamanca, pero mi tiempo libre lo dedico a hacer cartografía. Agarro mi moto y salgo a explorar la Patagonia. Después interpreto los terrenos por los que he estado en mapas que elaboro aquí y se los envío a la Sociedad Nacional de Cartografía...

Bueno, pues no sólo me ha regalado un bidón de 4 litros lleno de gasolina, sino que además me ha dado 4 mapas de la Patagonia para orientarme bien, y como colofón me ha proporcionado un número de teléfono de un contacto suyo en Bariloche para intentar trabajar en una compañía de autocares turísticos de la zona. Increíble. Éste tipo ya es mi ídolo.

Por la tarde después de comer, recibo la invitación de Guillermo, un pibe alojado en el hostel y oriundo de algún lugar de la Argentina, de ir a bañarnos al río Chubut. Por supuesto que acepté y allá nos fuimos en su coche destartalado con las toallas. Hacía un calor importante, así que apetecía mucho el chapuzón. Lo malo era que muchos pensaron igual que nosotros y estaban las orillas un poco repletas de gente, pero al menos nos refrescamos, que de eso se trataba.

Y ya de vuelta en el hostel, una chiquita japonesa, de nombre Maiko, me pregunta muy amablemente si puedo acompañarla a la estación de autobuses. La pobrecita estaba dando la vuelta al mundo sola, no puedo imaginar la cantidad de veces que ha debido pedir semejante favor... Por supuesto, la acompañé y estuvimos de charleta hasta que llegó su autocar, entonces incliné el tòrax y dije: Sayonnara baby!


En casa de Daniel Esquiroz.
La impresionante biblioteca de mi anfitrión.