sábado, 6 de febrero de 2016

Capítulo 81: Un día magnífico en Trelew.

16 de Diciembre 2013.
Trelew.

Definitivamente, la Argentina más allá de Buenos Aires es diferente. Para mejor. Y lo digo por la gente con la que me encuentro. Ya me avisó ayer el chico de la gasolinera, cuando al ir a pagar el repostaje con la tarjeta de crédito observé que se me quedaba mirando mientras marcaba la clave PIN.

- Ché, tranquilo que acá no somos como los porteños... Marcá el número sin problema.

Me avergoncé un poco de haber sido tan receloso, pero "los porteños" me habían acostumbrado mal...

Cuento ésto porque en Trelew me han ocurrido unas cuantas cosas interesantes. Primeramente, ayer el dueño del hostel insistió en que no dejara la moto en la calle y me permitió meterla en el hostel. Hasta ahí suena normal, pero es que el hostel no tenía ni patio, ni jardín, ni un amplio hall para dejar la moto... ¡así que me dijo que la metiera en la sala-comedor! Nos costó bastante introducirla, ya que con el nuevo rack el gálibo es mayor y no entra de ancho por las puertas normales, pero con un poco de maña lo conseguimos.

Hoy tenía pensado ir a la tienda-taller Yamaha, a que echaran un vistazo al motor, y el diagnóstico del mecánico ha coincidido con las sospechas que Mark tenía: los aros del pistón están desgastados, por lo que pierde compresión y envía algo de aceite al filtro del aire. Como para repararlo hay que esperar al menos una semana por las piezas, he decidido tirar hasta donde me pare por más tiempo. Bariloche es una opción. Ya que estaba allí, fui a la tienda para comprar un bidóncito para llevar gasolina extra, por si las moscas. Estaba esperando mi turno, cuando un hombre de unos 50 años se fijó en la camiseta que llevaba puesta, de la selección de Euskadi.

- Disculpa ché, ¿vos sos vasco?
- Sí, así es...
- Mi nombre es Daniel Esquiroz, soy de acá de Trelew pero mi tatarabuelo se vino de allá, soy descendiente de vascos...

Estuvimos charlando un buen rato, contándome que su hijo precisamente era músico y que en estos momentos se encontraba en Gasteiz, estudiando los instrumentos tradicionales vascos. Se fijó en mi entusiasmo por el tema.

- Y ya veo que estás "paseando", qué lindo viaje ché, mirá que yo también paseo en moto cuando puedo... ¿qué necesitas de acá de la tienda?
- Pues había venido a comprar una garrafilla para llevar combustible, que el depósito de mi moto es pequeño y aquí en la Patagonia nunca se sabe a cuanta distancia está la próxima gasolinera...
- Vaya, pues mirá que yo tengo en mi casa 3... Dale, ven conmigo y te regalo una, ¿sí? 

No podía dar crédito... ¡qué señor tan amable! Salimos del local y le seguí hasta su casa en la moto. Una casa muy bonita, con su porche, garaje, portón de entrada... En el interior me enseña su armería (he empezado a pensar que es algo típico de los anfitriones en Sudamérica, debe representar algo así como que han alcanzado un buen nivel de prosperidad), y lo que él llama "su cuarto de juegos"; donde está su moto, una Honda de 250 parecida a la mía, herramientas de todo tipo y numerosos mapas en las paredes.

- Soy sociólogo, diplomado en la Universidad de Salamanca, pero mi tiempo libre lo dedico a hacer cartografía. Agarro mi moto y salgo a explorar la Patagonia. Después interpreto los terrenos por los que he estado en mapas que elaboro aquí y se los envío a la Sociedad Nacional de Cartografía...

Bueno, pues no sólo me ha regalado un bidón de 4 litros lleno de gasolina, sino que además me ha dado 4 mapas de la Patagonia para orientarme bien, y como colofón me ha proporcionado un número de teléfono de un contacto suyo en Bariloche para intentar trabajar en una compañía de autocares turísticos de la zona. Increíble. Éste tipo ya es mi ídolo.

Por la tarde después de comer, recibo la invitación de Guillermo, un pibe alojado en el hostel y oriundo de algún lugar de la Argentina, de ir a bañarnos al río Chubut. Por supuesto que acepté y allá nos fuimos en su coche destartalado con las toallas. Hacía un calor importante, así que apetecía mucho el chapuzón. Lo malo era que muchos pensaron igual que nosotros y estaban las orillas un poco repletas de gente, pero al menos nos refrescamos, que de eso se trataba.

Y ya de vuelta en el hostel, una chiquita japonesa, de nombre Maiko, me pregunta muy amablemente si puedo acompañarla a la estación de autobuses. La pobrecita estaba dando la vuelta al mundo sola, no puedo imaginar la cantidad de veces que ha debido pedir semejante favor... Por supuesto, la acompañé y estuvimos de charleta hasta que llegó su autocar, entonces incliné el tòrax y dije: Sayonnara baby!


En casa de Daniel Esquiroz.
La impresionante biblioteca de mi anfitrión.

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