martes, 13 de mayo de 2014

Capítulo 37: La gran curda.

12 de Octubre 2013.
Río de Janeiro.

Hoy Suso ha ido a ver una moto que vió en venta por internet, una Suzuki Intruder 125, y me ha dicho que le ha gustado y que ha quedado con el tipo para comprarla el lunes 14. Así que yo he seleccionado también una moto de las de mi lista y hemos llamado al vendedor para verla y probarla mañana domingo, ésta vez sin desplazarnos, ya que viene a Botafogo directamente. Por fin, un poco de motivación; ya pensaba que tendríamos que continuar el viaje a dedo, o lo que es peor, en autobús.
Estábamos tan de buen humor después de eso que decidimos salir un poco de juerga a la noche, por el centro de Río de Janeiro, aprovechando también que estaban los 3 vascos con ganas de marcha.
Así pues, después de cenar convenientemente, me enfundé la camisa blanca de la ocasiones especiales y nos fuimos en metro en tropel Suso, Estela, Imanol, Ibai, Iñigo y yo hacia Lapa. Estuvimos en una especie de fiesta al aire libre, donde vendían caipirinhas a 5 R$... Aquí hay que explicar lo que lleva una caipirinha: cachos de lima, azúcar, hielo picado y cachaça, el aguardiente nacional brasileño. Como todas las bebidas dulces entra muy bien, pero acabas bastante perjudicado. Y eso es lo que me pasó a mi. Bueno, a todos nosotros... Suso, fiel a su estilo, se perdió sólo por ahí -queriendo o sin querer, ahí habría debate-, y los demás seguimos dando tumbos en una calle atestada de gente tomando y bailando. La verdad es que no me acuerdo muy bien del tipo de música que sonaba, pero el caso es que estábamos en Río de Janeiro borrachos, y era obligado menear las caderas. Lo que sí que me acuerdo es de la hazaña que perpetramos: a eso de las 5 o 6 de la mañana observo cómo un coche se intenta abrir paso por entre la multitud. En las fiestas de Euskadi tal vez sea muy típico en una situación así ponerse frente al vehículo y, festivamente, conminar al conductor a tocar el claxon y así dejarle pasar. Pues en eso que me pongo delante y como no pitaba me abalancé sobre el capó. Estaba allí tumbado etílicamente con mi sonrisa cuando me percato de que algo no iba del todo bien: la multitud me miraba con una expresión de asombro, como si no hubieran visto algo así en la vida.

- No estarán acostumbrados a éste juego - pensé.

Cuando ya por fin me bajo del capó me viene Imanol y me dice:

- ¡Aritz tío! ¡Era un coche de la Policía Militar!

Entonces lo entendí todo. Esas miradas de estupefacción de la gente se convirtieron en gestos de admiración. Vinieron unos cuantos chavales a darme palmaditas en la espalda, me ofrecieron cerveza, cigarrillos y me decían entre risas que estaba loco... Estela literalmente se meaba de risa.
Después del "incidente" poco faltó para que nos sacaran a hombros de aquella calle, pero optamos por ir a hacernos fotos a la Escalera Selarón, un sitio muy típico de Río, donde todavía no había estado y se encontraba a la vuelta de la esquina. 
Después de estar un rato allí haciendo el monguer, tomamos un bus ya a las 07:00 de la mañana de regreso al hostel. En ésto que tantas caipirinhas, cervezas y maconha hicieron bien su trabajo en mi organismo y no paraba de caerme y trastabillar dentro de la guagua, cuando un recuerdo en forma de rayo golpea mi cerebro: he quedado a las 10:00 de la mañana para ver y probar la moto.
Pero eso lo cuento en el siguiente capítulo.